miércoles, 24 de junio de 2020

RECUERDO DE UN SUEÑO





En las calles aledañas a la fábrica había muy poca gente. Aquella provincia era como una pequeña ciudad fantasma sin mucho qué hacer. La edificación más grande era donde trabajábamos los sin nombre.

Nadie conocía ese lugar. Ocupados arduamente en nuestras tareas determinadas teníamos muy poco tiempo para hablar. Ni siquiera a la hora de la comida se podía hablar. Las bandas de producción no se podían detener según nuestro capataz, un tipo que portaba pantalón y camisa color beige mientras el resto de los obreros usábamos el color azul marino.

Algunos trabajadores no usaban uniforme, cosa que no parecía importarle mucho a nuestro jefe. El capataz tenía su oficina en el mismo nivel que las máquinas de producción sólo que rara vez estaba allí. Nadie le llamaba nunca. Él conocía todo acerca de la fábrica, al menos todo lo del área a su cargo. En el trabajo nadie sonreía. Algunos mientras trabajaban volteaban a descansar la vista a las paredes sucias. Todos los que trabajamos ahí habíamos sido contratados por tres meses, entonces nos pagarían todo de junto. No tuvimos otra que aceptar esas condiciones ya que no había trabajo en ninguna parte. De hecho yo venia de una región lejana. Olvidé su nombre. No sólo olvidé el nombre de mi lugar de origen sino que también olvidé mi propio nombre. No hacía falta. Con ver nuestras caras de amargura al hallarnos encerrados en ese lugar sabíamos que nada era tan importante como nuestro trabajo, la producción de la fábrica. 

El trabajo nos hacía olvidarnos de todo: del día, de la noche, pues ahí siempre todo estaba igual. Poca luz, olor a metales y aceites para las maquinas, combustibles quemados, etc. Había un perro grande y viejo que era el ser más amigable en toda la fábrica aunque estaba tan triste como nosotros. Al menos yo podía hacer apuntes en mi cuaderno de vez en cuando y aunque nadie me vigilaba, escribía y pronto guardaba mi libreta en el bolsillo. Mi trabajo era la limpieza así que me tomaba con calma mis labores que eran acomodar las cosas, barrer los cuartos de máquinas, los dormitorios y los sanitarios que más tardaba en limpiarlos que en ensuciarse de nuevo. Ocasionalmente el jefe de la fábrica hacía juntas obligatorias para todo el personal para hablarnos de las tareas y metas de producción. Acompañaba sus planes con palabras de ánimo para que nos sintiéramos más felices de hacer nuestro trabajo pues no había mucho empleo y en otras partes hasta se mataban por una plaza laboral. El jefe nos decía las cosas de corazón, pero también repetía mucho de lo que le decían sus superiores. Era el empleado con más antigüedad en la fábrica. Una vez nos dijo que él había comenzado como yo haciendo labores de limpieza y que poco a poco ascendió a operador, luego a jefe de línea, después mecánico y por último jefe de nivel. Ganaba el doble que nosotros y por lo menos tenia quince años en la fábrica que conocía como la palma de su mano. En la junta habló el cocinero de la fábrica y dijo que en el almacén ya sólo había fideos. Algunos operadores se quejaban de las herramientas y que ya era necesario reponérselas por nuevas. Los mecánicos aprovecharon para decir que las bandas estaban muy deterioradas y que se requería de más personal para no estar deteniendo la producción a cada rato.

El jefe hacia anotaciones y se le veía un poco preocupado; sugería soluciones y prometía mejoras en todos los ámbitos. En cuanto a la alimentación manifestó que haría el esfuerzo para hacer tres comidas al día pero que teníamos que esperar y conformarnos mientras con dos porciones de fideos al día. Para nuestra mala suerte afuera de la fábrica no había nada de comer además ni teníamos dinero para comprarlo. Todo estaba cerrado siempre, hace mucho tiempo que había negocios cerca de ahí. Los trabajadores regresaron a sus puestos. Después de una larga jornada laboral de doce horas todos se fueron a los dormitorios.

Al amanecer siguiente no escuchamos el despertador. Todos nos fuimos despertando más por costumbre que por el ruido de la alarma. No había energía en toda la fábrica. El jefe estaba tratando de hacer funcionar la planta de energía en el cuarto de máquinas pero había poco combustible como para echar a andar los generadores. Nos dijo que nos tomáramos un descanso y que les hablaría a los superiores para informarles del percance. Algunos obreros se sentaron en el piso y comenzaron a platicar un poco de cosas del trabajo. Yo seguí limpiando como si nada raro hubiera pasado. Cuando llegué a barrer el área de cocina estaba vacía. Creí que el cocinero se había tomado su descanso y no fue hasta cuando me dirigí a los dormitorios cuando me percaté de que el cocinero seguía dormido. Terminé de limpiar y al pasar por su cama vi que su vientre no se movía al respirar. Lo moví un poco de los pies y nada. Me acerqué a la cara y el cocinero no respiraba. Toqué su cuello y estaba frío. Corrí a avisarle al jefe que el cocinero estaba muerto. Me dijo que lo acompañara hasta donde estaba el cocinero. Lo tomó de los brazos y me ordenó que lo levantara de los pies y sin que nadie se diera cuenta lo dejáramos en el cuarto de máquinas que estaba en penumbras. El silencio era desesperante. Me puso a preparar la comida para todos pero había muy pocos fideos y agua de la llave. Tampoco había gas en la cocina. Al parecer nadie notaba la ausencia del cocinero. Probablemente el descansar un poco los puso a reflexionar un poco en su vida y a preguntarse sus nombres o apodos. Trataba de descifrar los diálogos. Algunos se pusieron a jugar con un balón, hacer tiempo. Tiempo muerto. Como nadie estaba trabajando me fui a dormir una siesta y al jefe parecía no importarle.
Al otro día amanecieron dos obreros muertos. Estos se habían rociado gasolina y se dieron un cerillazo. Nadie los detuvo. Nadie dijo una sola palabra. Vieron la inmolación como si fuera cualquier cosa. El dormitorio estaba igual a como yo lo había dejado. Sin embargo en la madrugada sentí  la presencia de alguien que me tocaba los pies, la cara y el cuello. De un susto me levanté y no vi a nadie. Fui en busca de los demás y ahí seguían muchos contemplando los brasas y huesos carbonizados de nuestros compañeros. El jefe incluido que ya no tenía su uniforme sino una camisa arremangada color blanco y un pantalón de mezclilla azul. Me disponía a limpiar la grasa derretida en el piso pero el jefe me mandó a hacer mis labores al cuarto de máquinas ya que según él la energía llegaría en cualquier momento y la producción se estaba retrasando mucho. Al entrar al cuarto de máquinas prendí una lámpara de baterías y fue cuando pude ver varios cuerpos apilados. Eran trabajadores. Al acercarme pude ver que tenían golpes contundentes en la cabeza como si hubieran sido hechos con un martillo. No sé por cuanto tiempo estuve dormido pues la pestilencia me provocó náuseas y los ojos me lloraban. Me cubrí la boca con mi camiseta. Cerca de los restos del cocinero estaba el cadáver del viejo perro ya inflado y agusanado. Por primera vez sentí mucho miedo y odio.  Fui con el jefe para pedirle una explicación pero él estaba solo en el piso diciendo que no tardaría en llegar la luz eléctrica y que deberíamos estar listos para seguir trabajando. Pero otros dormían o estaban muertos.

Al cuestionar a mi jefe sobre la situación se quedó callado por unos minutos y luego me pidió que lo siguiera hasta su oficina. Molesto, buscaba entre los cajones unos papeles y ya que los halló me los dio a firmar pidiéndome una copia de regreso que volvía a meter a los archiveros.


Me dijo que mi trabajo había terminado y que esos papeles los tendría que llevar a un domicilio en la ciudad donde me pagarían lo correspondiente a los días que trabajé solamente pues no completé el trimestre laboral. Al ir hacia la puerta principal de la fábrica nadie se despidió de mí y fue cuando me percaté de que no había puerta, que siempre había estado abierta y que cualquiera se pudo haber salido de allí cuando lo deseara.

Caminé varias calles vacías hasta llegar a una avenida principal y luego de 3 horas de espera pasó un taxi destartalado. Le hice la parada y le pedí que me llevara al domicilio escrito en mi documentación y que en cuanto recibiera mi sueldo le pagaría por su servicio. El taxista aceptó y me llevó hasta el domicilio indicado. 

Apagó el taxi y me esperó a que regresara. La oficina de la fábrica en la ciudad era atendida por una anciana. Ella me dio otro papel que era un pase a un restaurante contiguo donde había gente muy bien vestida comiendo suculentos platillos. Los meseros del lugar me asignaron una mesa en donde me esperaba una mujer vestida de niña que me hacía insinuaciones sexuales tocándose la entrepierna y sacándome la lengua como una serpiente. Los meseros me pusieron una servilleta en las piernas y me sirvieron una sopa. La mujer vestida de niña me tocaba mis partes nobles por encima del pantalón y por debajo de la servilleta. Le dije que yo jamás me acostaría con una niña. Aventé la servilleta al plato y me salí del restaurante. Al salir vi al taxista dormido y me fui caminando sin rumbo fijo.