Decir que es bukowskiana sería ceñir el universo literario de Mecánicos Muertos a un muy estrecho y limitado corsé.
Descarnado, brutal, fétido a veces, no hay una sola página que no recuerde a un cenagal donde burbujean restos orgánicos en una descomposición perpetua.
A veces es un caldero de bruja donde han sido picados, vertidos y mezclados los jugos gástricos de todas las gulas y los fluidos genitales descompuestos de todas las frustraciones sexuales.
Es una fosa común a
donde fue a arar el holocausto personal de David González, Verdette, no
en las crueles migas de cuerpos triturados sino en el néctar puro, el
extracto espiritual de un exorcismo personal en el que Verdeth
diariamente puja, estrangula, expulsa de su intestno moral una de esas
malsanas costras fecales que se eternizan en los pliegues del colon del
sufrimiento inexpresado.
Pero no todo es monstruosidad, caricatura, perversión o distorsión, porque en el caldero de la bruja se distinguen los instrumentos de su ciencia. Porque, en medio del alboroto surge como la aleta de un tiburón el elemento coercitivo.
Rosarito es el escenario de las tribulaciones, elucubraciones, divagaciones y aventuras de Masturberto, quien no vacila en declarar desde el principio su adicción al sexo, a la masturbación, y que jamás oculta su inclinación al desvarío. Fuma marihuana, pero no cristal: esto lo deja muy claro. Sí. Se habla de drogas. Tiene amigos drogadictos. Se codea con prostitutas. Nos presenta ninfomaníacas. Prueba a ver si no es que es secretamente homosexual. Nos habla de lo que piensa mientras se masturba. Nos describe encuentros sexuales grotescos atestiguados por una cámara, pero también otros que son de hecho hazañas propias de un filme pornográfico profesional. Tiene sexo en la playa. Pero también nos habla de Esmeralda, una muchachita literata: la única persona en el miserable pueblo con quien puede hablar de libros y de escritores.
Nos habla con detalle, también, de su satanismo personal. Arremete contra el cristianismo. Blasfema. Se burla de la mojigatería. Se declara adepto del marcado hedonismo que radica en el fondo del satanismo.
Pero Masturberto no es solamente un engendro ocupado de su propio placer. Critica la impunidad, la complicidad del gobierno con la delincuencia organizada; se lamenta horrorizado de crímenes por él presenciados. Un vagabundo torturado y asesinado gratuitamente. Un taquero decapitado. Cabezas flotando en un arroyo.
Onix Galel
Pero no todo es monstruosidad, caricatura, perversión o distorsión, porque en el caldero de la bruja se distinguen los instrumentos de su ciencia. Porque, en medio del alboroto surge como la aleta de un tiburón el elemento coercitivo.
Rosarito es el escenario de las tribulaciones, elucubraciones, divagaciones y aventuras de Masturberto, quien no vacila en declarar desde el principio su adicción al sexo, a la masturbación, y que jamás oculta su inclinación al desvarío. Fuma marihuana, pero no cristal: esto lo deja muy claro. Sí. Se habla de drogas. Tiene amigos drogadictos. Se codea con prostitutas. Nos presenta ninfomaníacas. Prueba a ver si no es que es secretamente homosexual. Nos habla de lo que piensa mientras se masturba. Nos describe encuentros sexuales grotescos atestiguados por una cámara, pero también otros que son de hecho hazañas propias de un filme pornográfico profesional. Tiene sexo en la playa. Pero también nos habla de Esmeralda, una muchachita literata: la única persona en el miserable pueblo con quien puede hablar de libros y de escritores.
Nos habla con detalle, también, de su satanismo personal. Arremete contra el cristianismo. Blasfema. Se burla de la mojigatería. Se declara adepto del marcado hedonismo que radica en el fondo del satanismo.
Pero Masturberto no es solamente un engendro ocupado de su propio placer. Critica la impunidad, la complicidad del gobierno con la delincuencia organizada; se lamenta horrorizado de crímenes por él presenciados. Un vagabundo torturado y asesinado gratuitamente. Un taquero decapitado. Cabezas flotando en un arroyo.
Onix Galel