A Epicuro no le gustaba el arte, desconfiaba de él y no le veía ningún interés. Así, de la música y la poesía decía que no eran más que ruido. Incluso de esta última aseguraba que era nefasta, según nos cuenta uno de los autores que hablan sobre él. « [Epicuro] que quiere purificarse de toda la poesía a la vez, como si fuera un pernicioso cebo de fábulas… que juzga toda la poesía, no especialmente sólo a Homero, según las estrellas». No, no le gustaba en absoluto, incluso aseguraba, con Platón, que los poetas deberían ser alejados de las ciudades. Recordemos que Platón en su Estado ideal limitaba bastante el acceso de los poetas, y también de cierto tipo de música, ya que consideraba que podía corromper el alma, nuestra alma.
Por otra parte, aunque a regañadientes admitía que una persona inteligente, virtuosa, podría acudir al teatro, sin menoscabo de su inteligencia, debía hacerlo como una diversión nimia, ni mucho menos podría tomárselo como algo serio.
Esta idea contrasta con lo que a lo largo de la historia de la humanidad ha sido el arte (la literatura, la música, la pintura…) para millones de personas, que no sólo lo han entendido diversión, sino como parte fundamental de sus vidas, como algo capaz de forjar su carácter, de mostrarles cómo el mundo es. Esta misma idea, o una similar, era la que defendía Schopenhauer.
Otro aspecto que multiplica el odio del gran público son los elevados precios de algunas de las obras de arte. Millones de dólares por montañas de caramelos o pinturas que supuestamente pueden ser hechas por un niño. El gran público considera al arte contemporáneo como una tomadura de pelo basada en el snobismo, el oportunismo y el marketing: una estafa.
¿Quiénes odian al arte contemporáneo?
Una gran parte de la sociedad no está informada acerca de esta forma de arte y otro sector manifiesta un completo desinterés. Los que alimentan el discurso del odio posiblemente sean aquellos que se posicionan en la frontera de la escena artística formando parte del primer anillo justo después del núcleo compuesto por sus protagonistas. El anillo del odio está mayoritariamente constituido por aficionados y artistas de otras escuelas, algunos más tradicionales educados con los criterios estéticos de las bellas artes, otros más contemporáneos vinculados al cómic o al manga, así como los artistas decorativos o tatuadores, entre otros. Ellos son quienes se irritan y enfurecen al ser informados de la existencia de ciertas obras en los museos, y más aún, como ya hemos dicho, por las astronómicas cifras con las que se adquieren las obras de arte.
Si el arte irrita a las mayorías es porque su dirección es contraria a la opinión pública y el sentido común. A diferencia de las ciencias carece de un lenguaje encriptado como las matemáticas. Su dimensión física es accesible a todos, lo que lo hace más vulnerable a la rebelión de las masas.
Podríamos concluir con que las redes buscan desarmar la catedral del arte, propagando una ideología anti-política, antisistema y anti-arte. El nuevo régimen encuentra la posibilidad de ser, al mismo tiempo, mayoritario y antisistema trayendo consigo el fantasma del Capitolio al interior de los museos. Las “tecnologías del odio” socavan la legitimidad del arte contemporáneo a través de intervenciones virales en las redes que probablemente conduzcan a un nuevo régimen de las artes.
(Recopilación de opiniones)