Soy de crítica y de reconocer cuando alguien es mejor que yo. Por ejemplo yo era mucho de criticar al Papa. Era mi etapa oscura. Ahora ni al caso. No soy mejor que el Papa en nada. Yo soy insignificante. Es más, yo no soy mejor ni siquiera que un seminarista.
Igual de volada detecto cuando un artista es mejor que yo, cuando un escritor es mejor que yo sin importar su edad, no me deprimo. Lo acepto y sigo con lo mío.
No importa que sean mejores que yo, esto no es una competencia y yo puedo criticarlos cuando salen con una estupidez.
Y digo esto porque hay quienes están en el juego y no les gusta reconocer cuando alguien es más chingón, más genuino o simplemente cuando los otros son mejores.
No reconocer que el otro es mejor no ayuda a la consecución de las propias metas. Te crees mucho y que nadie te merece y ahí te quedas, te tulles. Uno debe tener metas pero no demasiadas y no muy grandes. Porque cuando las metas son muy grandes se corre el riesgo de quedar a medio camino. Sólo teniendo pequeñas metas es que se tendrá la sensación de ir avanzando. Vivir sin metas nunca será mejor que tener algunas aunque no sean grandiosas. Por ejemplo caminar más es una buena meta. Leer más y mejores cosas, aprender algo nuevo, son buenas metas. Seguir fielmente tu religión, disfrutarla, vivirla en toda su esplendor es una buena porque supone que nos queremos volver mejores personas, hijos de Dios.
Ver las cosas de un forma realista es una meta muchas más complicada y requiere de mucho entrenamiento y no cualquiera.
Muchas de las cosas que se logran sin esfuerzo de cierta forma pierden su encanto. Ya no sé qué más decir. Tomaré una cerveza.
DG