Era evidente que mi tío Güicho es de muy buen diente ya que desde hace mucho tenía una panza tipo Buda de la buena suerte. Lo que no sabía era que el tío Güicho fuera tan buen cocinero. Aquella vez fuimos toda la familia a un rancho en Tecate. Llegando mi tío se dispuso a abrir latas de cerveza, una tras otra mientras las señoras preparaban la comida para todos, al pasar las horas tío Güicho se puso muy alegre; montaron caballos, jugamos pelota, caminamos a los cerros, armamos las tiendas de acampar afuera de una cabaña, comimos y disfrutamos. Mi tío preparó una fogata y luego se sentó en un tronco y se puso a cortar el menudo de res, sin prisa pero sin pausa. A fuego muy lento puso a cocer la carne en un bote de manteca y siguió pisteando y cotorreando, en serio, hasta que llegó la noche y nadie le pudo aguantar el paso y se fueron a dormir. Habló toda la noche y escuchó su colección de casetes de Vicente Fernandez y ya no recuerdo si solo o con otros tíos pero todos le decían que ya se callara pero hizo caso omiso. Como la casita de campaña en la que yo dormí estaba enseguida del menudo desperté oliendolo pero intenso. Mi tío no estaba crudo sino pedísimo ya que pasó la noche cuidando su menudo. Recuerdo que me acerqué y el menudo burbujeaba aún en el plato despidiendo su característico aroma. Y mi tío Güicho desayunando el caldo que parecía lava. Le soplaba y comía como si nada. "La carne de un buen menudo debe casi deshacerse para que sepa buena". Ya que se enfrió un poco el menudo todos los que lo comían decían que estaba delicioso.