Estoy tan deprimido. No cuento con un amigo. Bueno, ni siquiera un buen vecino aunque casi todos ellos son gente de bien, gente que me da mucha hueva por cierto. Pero es gente que no se mete conmigo. No tengo ánimos de salir a la calle pero lo hago para no estar aguantando solo en casa el peso pesado del tiempo que todo termina por aplastar. Camino y voy orando y queriendo llorar pero no puedo, voy riendo y maldiciendo, hablando conmigo mismo. Rodeado de en la calle de viejitos malolientes pero solo, sin nadie que me diga algo que no sepa, que el clima, que la crisis, que el frío o el calor, la inflación, el gobierno. Una tarde estaba sentado en una banca y una joven mujer con un niño en brazos me comenzó a hacer plática superficial. Luego de un rato de hablar de nada en especial la joven mujer me pregunta que si me puede dar un beso en la boca. Actué sorprendido porque a decir verdad ninguna mujer en mi desmadre de vida me había pedido un beso. Yo siempre tenía que mostrarme interesado. Accedí a besar a esa mujer porque son de esas oportunidades que no surgen muchas veces en la vida. Yo sólo puse los labios y abrí ligeramente la boca y ella me metió lengua, como buscando la mía. Su boca era dulce y su aliento tibio. Muy agradable. Hasta cerró sus ojos. Yo no, el nene se me quedó mirando con cara de "éste cabrón no es mi papá" mientras le escurría un hilo de baba.
Hago un resumen de lo vivido esa vez y concluyo que el beso tuvo una duración de unos 14 segundos, Cuando el beso terminó ella abrió los ojos muy lentamente, me sonrió, se levantó de la banca de donde se espera el microbus y se fue con su niñito dejándome como pendejo ahí. Ella volteaba y se sonreía. Me hizo bye con la mano. Mi corazón comenzó a arder al verla tan contenta de haber besado a un tipo tan parco como yo. Aquella mujer que ni le pregunté su nombre se perdió por siempre entre una marabunta de gente que hacía filas para subirse al microbus y largarse a sus casas a descansar de su jornada laboral.
David Gordon