Era de madrugada y como siempre me levanté al baño casi con los ojos cerrados y al salir percibo por la ventana de la sala unas luces como de patrullas. Muevo las cortinas y sin encender la luz veo a unos tres o cuatro bomberos apagando un pequeño incendio en el cerro de la colonia y el terreno baldío contíguo, ahí en donde los vecinos tiran basura cuando los del camión de la basura no pasan en semanas o en meses y fue que noté un extraño olor químico quemándose. El humo entraba un poco a la casa y fue que decidí cerrar las ventanas y me fui a dormir como si nada. Mientras trataba de dormir de nuevo pensaba: ¿Quien llamó a los bomberos?, supongo que no hicieron ruido por lo tarde que era; no lo sé porque por lo regular a mis vecinos les vale madres todo, dudo que alguien se haya tomado la molestia de hablar a los bomberos tan noche. Y luego recuerdo que tenemos un vecino bombero retirado, un señor amable y uno de los pocos con servicio de internet y que compartía su línea y muchos nos conectábamos. Hubo un tiempo que los vecinos se ponían en la banqueta para agarrar mejor señal y ahí estaban muchos con sus teléfonos y laptops, lo hacían todos los días y por varias horas. Supongo que eso provocó que el vecino bombero retirado le pusiera contraseña al internet y entonces sí nos quedamos todos sin internet gratis. Muy probablemente él les habló a los bomberos porque seguido lo veo regar sus matas y rosales por las noches. Puede ser que haya visto el incendio.
Al día siguiente me levanto a hacer el desayuno para mi marido y mis hijos y aún en la mañana había un poco de humo de anoche y aquel mismo olor a químico quemado. Mi esposo lleva al niño a la escuela, todo normal en un día entre semana. Cuatro horas después mi marido va por el niño a la escuela. Al asomarme si ya vienen de regreso veo en el cerro que hay unos hombres vestidos de negro, cuello de tortuga y gafas oscuras. Cosa rara porque casi nadie camina por ese lugar. Parecían polícias buscando algo. Llegan mi esposo e hijo y estábamos pensando qué haríamos de comer cuando empezamos a notar que había mucho humo de un incendio mucho más grande que cuando los vecinos ahí mismo queman basura, colchones viejos o llantas. Los hombres de negro ya no estaban en los terrenos baldíos. No pusimos mucha atención, solamente cerré todas las ventanas para que la casa no se apestara por dentro. Prendimos la televisión para que el niño y su hermanita vieran sus caricaturas mientras estaba la comida. En eso que los vecinos empiezan a gritar que se estaba quemando el cerro y los baldíos y que llamaran a los bomberos. Entre el buscar qué hacer de comer e ir calentando la sopa dejé la cuestión de la comida. En muy poco tiempo el fuego ya se había salido de control y la humadera negrísima se levantaba como a treinta metros. Me dio ansiedad y extrañeza, no dando mucho crédito pero creyendo que los bomberos se harían cargo cuanto antes. Algunos vecinos se estaban organizando ya para ir a apagar los fuegos no sólo de los baldíos sino de las faldas del cerro mismo que están separados sólo por una calle del resto de la colonia. Gritaban los vecinos que sacaramos agua en baldes que en minutos la lumbre ya se había extendido por toda la colonia quedando libre sólo la calle principal. Una pared de fuego y humo negro cubría ya casi toda la colonia Las Peñas. A nosotros se nos oscureció el día por completo. El humo entró a cada rincón de nuestra pequeña casa. Mi esposo saldría a llenar botes de agua pero para nuestra maldita suerte ya no había agua. Nos la habían cortado en todo el barrio en ese preciso momento de la quemazón. Para esto ya habíamos hablado a los bomberos, siempre sonaba el teléfono ocupado, como si lo hubieran descolgado. Luego de unos minutos el fuego había alcanzado el cableado y los postes de luz y nos quedamos sin electricidad. Subieron muchas patrullas y varios convoys de la guardia nacional a evacuar a todos pero de los pinches bomberos ni sus luces, literal. El incendio llevaba más de media hora y subiendo de intensidad. Unos comenzaron a huir con sus cosas de valor en mano. El fuego había acabado con más de diez casas que estaban al último. De esto hablaban las personas que huían así como los mirones que nunca faltan. No todos se habían salido de sus casas, en la locura había niños y otras personas al parecer perdidas. Aquella gente que se les quemaban sus casas muy pocos los conocían, se la llevaban trabajando. Aquí la gente no se hable mucho. No se sabía si estaban en su casa o se enterarían del siniestro hasta llegar del trabajo. Unos soldados de la guardia nacional pasaban a todas las casas tocando rejas y puertas gritando que todos nos saliéramos. Mi marido me miró fijamente y me dijo que no nos iríamos. Apenas y podíamos ver con los ojos ya todos llorosos. Unas vecinas les decían a los soldados que estábamos dentro de nuestra casa. Y un soldado subió y nos gritó varias veces y golpeó la puerta. Nosotros permanecimos callados. Esos vecinos metiches todo saben de nosotros. El soldado desesperó y se fue, supongo que creyó que ya nos habíamos ido. Mi esposo terco que no nos iríamos de la casa. Y menos en vehículos de la guardia nacional, quizás nos llevarían a un albergue. Le llamamos a un taxi que tardó mucho en llegar, por el desmadre en la zona. Yo no dejaba de temer. Mis vecinos se trepaban a las patrullas y camiones de la guardia nacional con todo y maletas. En serio que vimos a unos vecinos cargando un sillón nuevo que habían sacado en abonos en Coppel y lo subieron a un pick up. Mi esposo reía al ver por un hoyo en las cortinas aquella situación. El fuego no caminará por las tres calles pavimentadas y alcanzará nuestra casa, dijo mi esposo muy seguro de sí, así que tranquilos todos. Ahorita que llegue el taxi nos vamos. En eso escuchamos varias explosiones seguidas como si fueran bombas. Seguramente cilindros de gas que fueron alcanzados por el fuego. Aquella escena dantesca parecía una guerra de película tipo Vietnam. Y llegó el taxi por fin y también los bomberos y unos camiones cisterna. Pronto se acabaron el agua que traían. Incluso un helicóptero vino a descargar agua en los techos de algunas casas cercanas al incendio mayor. Salimos a subirnos al taxi y mi marido volvió a la casa cubierta de humo por dentro y por fuera. Lo que hizo fue mojar un trapo con agua de tomar, se lo puso en la boca y se tiró al suelo todo el rato. Yo me fui con mi madre que vive a unos diez kilómetros de mi casa. Y ya desde ahí estando seguros mis hijos y y yo fue que dirigí la mirada a la colonia y vi que una columna de humo se extendía hasta el Valle de Guadalupe a varios kilómetros de mi casa y en donde había también un incendio forestal. Hablaba por teléfono con mi esposo, él estaba bien. Más tarde vi en las noticias que habían sido veintidos casas las afectadas con daños totales y hubo dos muertos, jóvenes. Uno se había quedado dormido porque trabajaba de noche en la pesquera y lo hallaron calcinado. El otro no logró salir, lo encontraron muerto en su patio, quizás asfixiado por el humo. Ambos eran vecinos, puede que hasta amigos pues eran casi de la misma edad. En la noche la colonia Las Peñas se veía como un volcán escurriendo lava. Una mano santa abrió la llave del agua que alguien había cerrado si no se hubieran quemado muchas casa más. Los bomberos tardaron seis horas en apagar todo el fuego. La madrugada del 31 de octubre llegó y los bomberos, la policía y el servicio médico forense se retiraron. Al día siguiente volvimos y toda la colonia olía a quemado. Los postes de luz y teléfono estaban chamuscados y con algunos cables con el plástico derretido. Unos vecinos no tenían luz ni agua de nuevo. Nosotros sí. Días después vino el flamante alcalde recién electo con sólo unos días en el poder a hacer un recuento de los daños e hizo la promesa de ayudar a todas las víctimas del siniestro, muchos de ellos aplaudían eufóricos al primer edil. Se sabe que en esta colonia casi todos habían votado por él. Yo no, obvio. Me chocan los políticos. Mi vecina doña Constanza que todo lo sabe y lo que no se lo inventa me contó que ya les entregaron la ayuda luego de un mes del incendio. Les dieron que veinte mil pesos, cincuenta mil y cien mil pesos dependiendo los daños de las casas. También le dieron dinero a gente que ni siquiera se le quemó la casa. Algunos volvieron a levantar sus casitas con el apoyo, unos pagaron deudas con ese dinero, otros se lo bebieron o se compraron teléfonos celulares nuevos, otros de plano se fueron de vacaciones con ese dinero, vacaciones que creían merecer y no habían tenido el dinero para dárselas. Sólo les pedían una copia de su credencial de elector e ir a cobrar a un banco del gobierno ubicado al sur de la ciudad en la zona rural. Y todos felices y conformes, como si no hubiera pasado nada, como si no hubieran sobrevivido a un incendio provocado.
Verdeth