jueves, 23 de diciembre de 2021

LA UNIVERSIDAD DE LOS SUEÑOS

 


Me encantaría que hubiese la Universidad de los Sueños donde se pudiera estudiarlos a profundidad y así compartir más y mejores experiencias. Pero aparte de la universidad común porque en las universidades normales no le dan la importancia debida a muchas cosas. Los sueños están en el apartado de lo subjetivo o no sé, pero el caso es que una universidad de sueños se antoja como un sueño en sí mismo. Sé que es una causa perdida, aunque todo mundo sueña, pero los mexicanos amamos las causas perdidas. Por lo tanto hay un poco de esperanza. El futbol es una causa perdida en México pues es un país que en esta disciplina no ha podido superar la mediocridad en décadas. Sin embargo cada cuatro años, en el mundial de futbol, esta causa perdida no lo parece tanto o bien se les olvida que lo era. La gente se emociona con el mundial como si la selección tuviese las mismas posibilidades de triunfo como las que tiene España, Inglaterra, Brasil o Argentina. Porque el mexicano confunde el sueño con la ilusión. El mexicano es iluso y ganar esa justa deportiva aunque sea una vez en toda la vida ha sido su más grande anhelo e ilusión cultural –digámosle así- porque el futbol es cultura. Pero la realidad destruye la ilusión una y otra vez y el mexicano nunca aprende. Entonces la universidad de los sueños no es algo tan alejado de nuestras posibilidades como sí lo es el ganar el campeonato mundial de futbol.
La universidad de los sueños debe ser aparte de las universidades públicas y privadas en donde ni la educación básica sería un requisito para estudiar los sueños pues basta y sobra con saber leer y escribir. En la actualidad hay mucho material literario para la interpretación de los sueños pero también lo hay en otras ramas del conocimiento como las artes visuales, música, plástica, danza, teatro y mucho más con base en las experiencias oníricas.
 Me encantaría esa universidad donde los maestros no estén en ella por lucro, por plaza o gangsterismo, mucho menos por ego o vanidad. Que sean maestros que crean en el poder de los sueños, en la imaginación, fantasía, la bondad, la belleza, la espiritualidad, la inocencia, la niñez, lo angelical, lo diferente y lo particular. Nada de gente negativa ni con el alma agusanada; mucho menos nihilistas ni personas envidiosas, cerradas, ni misántropas. Nada de personas que no amen la vida ni que estén a favor del aborto como un derecho constitucional, criminales, ni drogadictos porque pronto acabarían con la universidad de los Sueños.
Muchos se nos ha dicho que debemos ser tolerantes a las distintas formas de pensar pero hay cosas en las que no todos podemos conseguirlo. Hay mucha gente que todavía no está hecha a sí misma y es su insano anhelo que el mundo siga siendo un infierno sin lagos de fuego por mucho tiempo más.
Gente completa, creyente, que acepta la verdad y que está abierta a aprender es la que necesitaría la universidad de los Sueños y el mundo comenzaría a ser otra cosa distinta a lo que actualmente es, un mundo que no hace nada mientras los sueños se les van nutriendo así la falsedad y lo ilusorio. Así vive la gran mayoría, sin sueños ni ideales, de un lado a otro en la cruda realidad, (y en la cruda etílica)  en el drama del diario devenir, reacios a los cambios que pudieran crear otras realidades y así conseguir un mundo más habitable.
A los soñadores no nos queda de otra que abrir brecha, picar piedra, lo que sea, pero mientras se trata de algo real, como lo es la materia de los sueños mientras estos duran. ¿Es lo mismo con la vida?
Dulces sueños.



Amo a los árboles. Y me duele que talen tantos pasar sacar el papel y hacer libros que nadie lee. No tendría ninguna objeción si toda esa poesía, cuento, novela y ensayo que excretan sus cerebros atrofiados y vanidosos estuviera publicada en internet y cada quien, bajo su propio riesgo y pérdida de tiempo, se aventurara a leer. Pero es por la cuestión de tala de árboles que me molestan los escritores con muchos libros en su haber. Ni que todos sus libros estuvieran buenos. Cuanta vanidad de algunos pobres diablos.

David Gordon