jueves, 16 de septiembre de 2021

AMIGOS

De joven me interesaba solo por las cosas de hombre; ahora de hombre solo me interesan las cosas de niño. Como el arte, la religión, los alimentos, la música, el cine, la tv y los amigos. 

Conforme pasan los años he ido perdiendo un chingo de amigos. En parte porque he sido alguien demasiado absorto en mi propio rollo: algo un tanto existencialista,  un poco agnóstico pero católico por siempre. 
Tarde he comprendido que muchos nos odiamos en los demás reales o imaginarios y que las cosas desde las redes sociales son puro chisme y pantalla. Mantenerlo real es tan imposible como innecesario, mejor aceptarlo como es: un espacio para la pretensión, para decir algo para nuestros amigos. Pero cuando no tienes amigos ¿qué haces, para qué te quedas? 
Y en la vida real es casi igual: uno quisiera dar lo mejor de sí a quienes lo valen. Pero no tenemos buenas relaciones, no salimos, disfrutamos pocos, nos enconchamos en nuestra comodidad y soledad y mandamos a la chingada a todos y unos creemos que para siempre, porque somos difíciles de tratar, pero luego cambiamos de parecer, recordamos los raros buenos momentos, los beneficios de la amistad, y luego los queremos ver pero como ha pasado mucho tiempo nos da pena, orgullo o rabia dar el primer paso y hablarles a los chingados amigos.
Con unos sí es posible un verdadero rompimiento, que no vale la pena ni pensar en ellos. Pero otros sí, los que pesan más sus virtudes que sus defectos. Los no insoportables valen la pena, los serios, los negativos, los tristes y rotos, los amargados. Estos son los maestros de la vida. No es justo desecharlos por una falta, por un enojo.
Al ser un tipo sensible a mí se me olvida las que me hacen. No todas. Estaría de verse. De hablarlo en persona. 
O a la distancia pero en buenos términos.
 Cada quien en su isla, en su propio mundo pero sin odios ni resentimientos innecesarios. Con los necesarios, no sé. 
Creamos en el perdón y su poder.